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Adicto a los Adictos

LA PRIMERA GRAN RUPTURA.




El debate entre las personas cercanas y los drogadictos pasa por múltiples estadios. Las promesas, las explicaciones, las mentiras, las nuevas promesas, los intentos fallidos, las confrontaciones, la evidencia de la mentira reiterada, la constatación de la manipulación, el aparecimiento de las palabras cargadas de malas intenciones, el reclamo y la exigencia, el mendaz argumento y la supina refutación, el agravio y las manifestaciones de arrepentimientos nada sinceros. Cada una es un pálido de reflejo del desgaste en la relación con los adictos.



Lo que termina y desemboca de manera inexorable en la pérdida de la confianza, la ausencia de cualquier crédito a su palabra, la marginación y la sospecha y la duda sistemática. Sin duda, es la más grave de las rupturas entre el adicto y sus seres queridos. No sólo por su implicación sino por la muy difícil posibilidad de reconstituir el plano de la confianza.



Los adictos terminan muy resentidos con sus familias en cuanto pierden la confianza de ellos. Muy tarde, en el proceso de recuperación, tienen la honestidad y la humildad para reconocer su responsabilidad en esa, la primera y más aguda, ruptura con su entorno familiar.

CONOCIMIENTO Y LOGICA...NO SIRVEN DE NADA




Se advierte con frecuencia que el conocimiento es muy útil. Y se advierte la bondad de la lógica o el buen raciocinio que se sigue a partir del conocimiento científico. Frente a un adicto, cuando se trata del tema de la adicción, el conocimiento se rinde y refunde en la absoluta inutilidad y la lógica resulta un instrumento irrelevante en la medida que uno y otra no conducen a orientar la conducta derivada ni del conocimiento ni de la aplicación de la sana lógica.



Una buena proporción de adictos conocen, como los mejores especialistas, las propiedades particulares de las sustancias adictivas y sus efectos. Conocen las consecuencias derivadas del uso de las drogas en el corto y en el largo plazo. Saben o han vivido de cerca el desenlace en hospitales o la muerte de los adictos.



Ante todo consumen por placer primero y, pasado el tiempo, para no sentirse mal. Viven para consumir y consumen para vivir como ha sido definida la adicción.





Ante un adicto que ha suspendido durante un tiempo el consumo activo y siente en su cuerpo los beneficios de la limpieza, recupera peso, duerme en mejores condiciones, pasa días en mayor armonía, incluso, reconoce los maleficios de las drogas y sus efectos. Proclama la bondad de abandonar el consumo y de estar sobrio. Adopta comportamientos aparente de reinmersión en su medio, alejado del consumo. Los seres cercanos, sucumben ante el impecable pensamiento del adicto. ¡Por fin! ¡Entendió! ¡Ya pasó todo! El adicto pontifica sobre los perversos efectos de las drogas y todas las medidas que tomará para alejarse de ellas.



Y nada en el proceso está más teñido de fantasía cuando no de doloso engaño. El adicto sólo piensa, sólo espera, sólo trabaja lo necesario para acceder al consumo a la primera oportunidad. En nada más coloca su objetivo. Y entonces, una y otra vez, verificamos que el conocimiento y la lógica no rigen la conducta de un adicto. La incoherencia entre el saber y el actuar rigen la vida del adicto. Resulta penoso reconocer la necesidad imperativa de no creer en palabras de adictos. Dominados como lo están por la enfermedad – que negaran siempre- no tienen capacidad para salir de ella si no es por un proceso terapéutico, muy largo en ocasiones, hasta llegar a rendirse ante la evidencia.

DOS FOSFOROS : UNA VIDA

 

 

Una madrugada en El Cartucho estaba sen­tado en el suelo con Daniel y dos tipos más. Me acababa de chuzar. En ese entonces me ponía sólo cuatro o cinco ampollas por día. Como ya tenia el cerebro frito, esa cantidad me fundía, quedaba descerebrado de una. Uno de los tipos que estaba con nosotros le preguntó al otro si tenía un fós­foro para prender una bicha. El otro le respondió que tenía sólo dos y eran para prender la suya. En ese momento lo llamaron. El tipo se paró y dejó los dos fósforos en el suelo. El man que se los había pedido los cogió de una. Se puso el cigarrillo de bazuco en los labios, prendió un fósforo y de inmediato se apagó, prendió el otro, y lo mismo. Al poco rato el otro man regresó con ese embale de meterse lo suyo y no encontró los fósforos.

-¿Dónde están mis fósforos? Ahí los dejé. ¿Dónde están mis fósforos, hijueputas!   

-¡Deje el azare! No... pues sí... yo los prendí, pero el  viento los apagó.

-¡Ah, éste es mucho pirobo hijueputa!

-¿Entonces qué va hacer?

-¿Entonces qué voy a hacer?

El man dueño de los fósforos sacó una pistola y le metió  seis tiros al otro tipo ahí.

-¡Por hijueputa, por ladrón, por haberme robado mis fósforos, malparida gonorrea! -le gritaba el tipo con el rostro transfigurado al cadáver.La traba se me pasmó de una.

"¡Mierda, que estoy ha­ciendo aquí! ¡Qué putas he hecho con mi vida!", pensé. Comencé a llorar, me levanté de ahí y salí corriendo hacia el norte, cagado del susto. Cuando llegué a la Caracas con Diecinueve sentí que no podía más, me tiré de rodillas so­bre el andén y mirando al suelo, con las manos apoyadas en el concreto, en medio del llanto, le dije a Dios:   

- ¡Si usted existe, o me mata o me saca de esta mierda,...pero ya no más!!   

 ¿ Luego qué pasó?    Difícil decirlo. Pero aquí estoy: vivo.

“Fentanyl. Crónica de una adición” Samuel Andrés Arias. El malpensante, Bogotá, No. 77, 2007, p.61

Samuel Andrés Arias, médico y escritor.

Ser eNeAtico.




Me declaro eNeAtico. Acepto serlo.

Trataré de sintetizar mi declaración. Un ser querido sumido y dominado por la poli-adicción a las drogas, asistió por primera vez a NA, lo acompañé. Él no regresó.


Al principio no entendí nada: una manada rotativa de locos, contando cosas. Luego, empecé a preguntarme si mi ser querido habría pasado por los mismos fondos que declaraban hombres y mujeres: me angustié.

Con el tiempo, comprendí el valor terapéutico de las reuniones de NA. Un adicto es capaz de ayudar a otro adicto. Quien ha pasado por el mundo de las adicciones es la única persona capaz de comprender a quien recorre los mismos senderos. Lo creo con firmeza. Aprendí el arte de respetar al adicto.

Más adelante, empecé a entender algo simple: NA es una terapia espiritual, sin rituales. Pero algo más, me convencí, como lo estoy, que la adicción se supera gracias a una vida espiritual, tan simple y elemental, tan difícil y tan sencilla, como la propuesta de NA. Tuve esperanzas.


El ritual y el mensaje es simple: el sórdido mundo de la adicción se deja si se toma la senda de la obediencia de unos principios y unas prácticas elementales. Querer ser una buena persona. Una persona que enfrenta el día a día. Una persona que cada día se propone no consumir, es lo primero, y se propone reconsiderar su actitud con el medio y las circunstancias, para ser una buena persona. Tan elemental. No pierdo la fe.

De manera regular asisto, a NA, con devoción.

Los eNeAticos.

 

 

Muchos drogadictos, que se han acercado de forma circunstancial a NA, suelen despotricar contra NA. Lo consideran un club de verdaderos masoquistas. 

- Se congregan para recordarse que son adictos en recuperación. 

- Cantando una enfermedad que no desaparece, se flagelan.

- Se tildan de afortunados al no consumir.

- Declaran cada día, cada día sin consumir como un éxito, unas 24 horas más de limpieza.  

-En cada reunión descargan sus tristezas y recuerdan sus horas aciagas de consumidores.  

- Repiten, repiten siempre que asistir a las reuniones de NA, les da la fuerza para mantenerse limpios.  

- Testifican la gratitud a NA.   

                                                     Los drogadictos detractores de NA, los tildan de eNeAticos. Un apelativo para llamarlos miembros de una secta y selecta secta de quienes pasaron del consumo a querer abandonarlo para lograr la abstención.

                 

 

Aunque es preciso reconocer las múltiples formas de obtener la recuperación de las drogadicciones, según cada una de las experiencias personales, se antoja la crítica descalificadora como un rechazo soberbio a una de las más simples y contundentes  formas de ayuda entre quienes vivieron la adicción.

El valor terapéutico, la fuerza y la energía creada entre ellos, explica la misteriosa fuerza que los mantiene lejos del consumo. Pero ante todo, de admirar la humildad que supone reunirse para dar testimonio y para alentar a otros en el proceso de marginarse del consumo.

CUANDO...

 

 

Cuando pude parar, no quise

Cuando quise, no pude parar.

Tuve que probar hasta el más profundo fondo, sin escatimar degradación alguna, hasta el crimen. En la cárcel me arrodillé y me rendí.  

Me lo refirió un adicto en recuperación.

ES FACIL y ES TAN DIFICIL.

 

 

Es fácil y es tan difícil. Sin desconocer las teorías de los cerebros en compulsión como son los de los adictos a las drogas, sin desconocer tampoco la maraña de sentimientos y las blindadas relaciones entre el consumo y la ausencia de realidad, los testimonios de quienes abandonan el consumo activo muestran una doble cara.

Los testimonios multiplicados de quienes abandonan el consumo activo, son dos polos de reflexión resumidos en es FÁCIL, es tan DIFÍCIL.

Muchas veces abandonar el consumo puede ser la opción tardía e inútil en términos de una vida funcional.  Es recurrente escuchar acerca de sus últimos días de consumo, la temporada final dentro de la imprecisa vida del adicto. Cualquiera que sea la circunstancia productora de la ruptura con el consumo, el testimonio general apunta a señalar el final del consumo similar a la apoteosis del caos y la sensación de encontrarse en un despeñadero, en el fondo de un abismo. Se habla de diferentes fondos, del fondo al que cada uno debe llegar para decir un ¡Basta Ya! Un adjetivo común es el de aceptar la derrota.  

Silvia, una chica inteligente y vivaracha, alcohólica y drogadicta, refirió que sus últimos meses de consumo se asimilaron a la sensación de transito por un túnel, pero un túnel cada vez más oscuro, teñido de negro. Un buen día decidió, sintió o percibió que su final era la muerte al concluir el viaje por el sendero de la oscuridad. Alguien la llevó a NA. Asistió con la desconfianza de la falta de convicción, la certeza de la imposibilidad para encontrar allí solución a su drama y para el final que presumía dentro de su adicción. Los locos de NA, las ilusiones prometidas por NA le sonaron a palabras de monjas, tan inútiles como ineficientes. Sin embargo,  más por fatiga que por convicción, se dio una tregua en el abuso de sustancias; se permitió asistir a las reuniones y en cada una de ellas, confiesa, sintió más desconfianza de las promesas de NA y en cada una de ellas observó a hombre y mujeres de NA como seres casi extraterrestres, fundadores de una ilusoria secta de promesas y autoengaños. Tuvo la oportunidad de asistir a psicoterapia; pasadas unas sesiones, el psicoterapeuta le recomendó complementarla con asistencia a NA y la invitó a aplicar la guía de los 12 pasos. Dejó el compromiso terapéutico, pues la recomendación le pareció provenir de un profeta de los mesiánicos NA.

Poco tiempo después recayó en el consumo y en el curso de días regresó al túnel helado, cada vez más oscuro y sórdido. Ante la atormentadora inminencia de la muerte, se dio la oportunidad de volver donde los promeseros y comenzó su recuperación, regresó a la terapia y explica ella, que fue trabajando los 12 pasos, con desconfianza primero, asistiendo como observadora de sospechosas ilusiones a las reuniones de NA y dice ella “no se cómo, pero me funcionó hasta cuando fui capaz de declararme y rendirme: YO SOY UNA ADICTA… 

José Luis, en la misma reunión, 25 años. Sumido en una esquizofrenia producto del abuso de cocaina, vive ahora dependiendo de fármacos antipsicóticos, sin esperanza diferente a controlar su enfermedad mental. Sin concluir la educación media, sin posibilidades de avanzar en una vida funcional. Explica su historia como una búsqueda de muerte, innecesario rechazo a su condición de persona privilegiada en la sociedad, al rechazo consciente de toda opción de sobriedad, a la negación permanente de los riesgos del consumo y a la voluntad expresa de conservarse como consumidor. La enfermedad mental lo condujo a su condición de minusválido social. En medio de su dramática situación, asiste para animar a sus colegas de NA para que se mantengan lejos del consumo activo.

Después de escuchar los dos testimonios, entendí, o traté de entender la misteriosa simplicidad del primer paso de la recuperación y la más dolorosa verificación de lo difícil que resulta tomar la decisión de salir del marasmo, –a veces tardía e irreparable-.

EL CIRCULO.

 

 

El ser querido ha sufrido durante el viaje a su infierno; al infierno buscado. Lo hemos visto regresar con las palmas de la derrota y con la bandera del no retorno. Una vez y otra y muchas veces.  Los testigos aplaudimos con el respiro de una definitiva victoria: una y una y otra y otra y muchas. Cada vez con la confianza deparada por la Victoria.  ¡Esta vez si! La palabra del ser querido nos confirma su decisión.

Celebramos el final de una pesadilla.  Días de esperanza y promesas de mejores amaneceres. El final de la desazón.

Poco después, el ser querido regresa a la cenagosa vida del consumo.  Ocasional primero, más frecuente luego y dominante actividad  al pasar las fronteras y los límites inexistentes para el adicto. Las promesas y las ilusiones estrelladas contra la realidad.  Y nos quedamos con la frustración de una nueva derrota. Nos resta la esperanza de un retorno milagroso.  Las jornadas de insomnio prolongadas y la presencia pasiva ante el derrumbe del atrapado sin salida.

La tolerancia, eufemismo de la complicidad, nos convierte en espectadores pasivos del inevitable recorrido del consumo.  La confianza en el ser querido se derrumba, la inseguridad generada se acrecienta, las decisiones radicales se aplazan, la imperiosa necesidad de reaccionar con oportunidad se diluye en explicaciones inútiles.  Nos cobijamos con la esperanza derivada de la palabra del adicto que ofrece abandonar el consumo.  Pedimos fuerza de voluntad cuando lo necesario es buena voluntad; queremos un cambio radical, cuando el abandono del consumo también es un proceso que parte de la decisión del adicto a corregir su rumbo;  damos a las promesas el valor no correspondido con los actos y excusamos los actos con el gesto de solicitar paciencia y optimismo, en la ilusión de las fantasías ofrecidas por el adicto.   

No existen los milagros. No valen las palabras. No son relevantes las promesas.  Los seres allegados caemos en nuestra propia trampa e ignoramos la verdadera dimensión del problema. Incapaces de fijar los límites nos convertimos en el mejor soporte para facilitar el consumo de quien esperamos que lo abandone.

Casi pareciera que los co-adictos dejaremos de serlo cuando el adicto deje de ser consumidor. Un círculo vicioso mal planteado. El adicto, quizás, estaría más dispuesto a considerar la necesidad de abandonar el consumo, si los seres cercanos estuviéramos decididos a romper la cadena de la complacencia y la complicidad con el consumo.  Cuando el mapa de los seres cercanos se libera del juego a que lo somete el adicto, dicen quienes saben, éste tiene mayor posibilidad de reconsiderar la continuidad en el consumo.

Un frente común inflexible,  presta mayor servicio, en la posible motivación de recuperación,  que el débil discurso inoperante  y los actos torpes de los co-adictos.  Y no terminamos por aprender la lección.

YO ADICTO...

 

 

Soy Alberto, adicto.

Soy Bernarda, alcohólica y adicta.

Soy Carolina, drogadicta.

Soy Domingo, por la gracia de Dios soy adicto.

Soy Ernestina, adicta en recuperación.

Soy Felipe, tengo problema con las drogas

Soy Gerardo, aún soy adicto.

Adicto Hernando.

Soy Isabel, me recupero de la adicción.

Adicto Jerónimo, otras 24 horas limpio.

Soy Luis, abusé del alcohol y de las drogas.

Soy Manuela, creo que me recupero de mis adicciones a las drogas.

Soy Norberto, co-adicto.

Soy Oscar, recaído muchas veces, solo por hoy me mantengo limpio.

Soy Pedro, me sigo recuperando de la drogadicción.

Soy Roberto, solo por hoy no consumo drogas.

Soy Sandra y pertenezco a Narcótico Anónimos.

Soy Teresa, fui drogadicta y alcohólica

Soy Verónica, yo adicta.

Soy …  Son muchas de las modalidad de las voces escuchadas al comenzar o hacer uso de la palabra en las reuniones de NA.

Declararse adicto, adicto en recuperación, es una declaración sacramental, que recuerda el origen común de quienes se congregan en la confraternidad.

Con frecuencia advierten algunos críticos de NA que declararse adicto en cada reunión es un acto masoquista. Flagelarse con un pasado que debe terminar. Un acto de autocensura reiterada. Declararse adicto, es perpetuar el estigma y el rótulo. Pero así como invitan a abandonar el pasado del adicto y a darle prioridad al presente en la recuperación, le recuerdan de una y otra manera el latente temor de regresar al consumo activo.

Los críticos tienen razón. O en parte tienen razón.

El sentido de la declaración parte de la teoría y la constatación acerca de la incurabilidad de la enfermedad de la adicción. La proclaman como dogma en NA. La adicción es una enfermedad que no tiene curación conocida: ni la religión, ni la medicina, ni la psiquiatría sanaron a los adictos; la enfermedad reaparecía o progresaba. NA afirma que puede detenerse la enfermedad y entonces es posible la recuperación.

Recordarse de donde se proviene parece un llamado para no regresar al mundo oscuro del consumo activo. Dicen en NA que el adicto complaciente con sus pensamientos, a causa de sus problemas, sus iras o sus dolores, es un perfecto candidato para recaer en el consumo. Y una forma de contenerse es recordarse en cada reunión que se es un adicto.

Aunque cada uno de los asistentes tiene la facultad de presentarse en el grupo de NA, resulta válido desear y asumir una posición optimista con respecto al proceso. Expresiones como “me recupero de la adicción”,o, “pertenezco a NA” en cualquier de sus modalidades indica un mensaje positivo de SI SE PUEDE.

90 REUNIONES: ¿SON SUFICIENTES?

 

 

¿90 días asistiendo a las reuniones de NA. son suficientes? No son suficientes. Son necesarios.

 

Algunos adictos en recuperación recuerdan sus primeras reuniones: Desorientados, un lenguaje poco familiar.

 

Desorientados, en general, llegaron a su primera reunión guiados por alguien o a partir de la sugerencia de algún amigo que les mencionó ir a las reuniones. Sabían que estaban enredados en un problema serio y que no podían salir del marasmo del consumo. Muchos de ellos, cruzaron la puerta del salón de reunión cuando sus familias agotadas decidieron marginarlos, los expulsaron del núcleo familiar y saturadas dejaron al adicto a su propia suerte. Durante las primeras reuniones, dicen, poco entienden del valor terapéutico ofrecido por la confraternidad.

 

Algunos obedientes regresan día tras día a las reuniones y se abandonan, se dejan llevar, se dejan conducir, escuchan, escuchan y escuchan testimonios. Pasan de una posición negativa o de una percepción escéptica a un proceso lento de comprensión del mensaje básico: nada es más útil para un adicto que la ayuda prestada por otro adicto.

 

Un lenguaje nuevo, poco familiar se encuentra quien comienza su curso de reuniones en NA. Una propuesta de recuperación, una promesa de abstención del consumo, una invitación para pasar del caos al orden. Poco a poco descubren similitudes en medio de las diferencias, y quizás lo más importante, saberse no solos. No únicos. No abandonados. No condenados de manera irremediable  al consumo. Comparten los defectos que los llevaron o adquirieron en el consumo. Palabras como comprensión real, solidaridad efectiva, confraternidad. Valores, entre otros, que no eran conocidos en los lugares y tiempos de consumo.

 

Para muchos de los adictos que caminan por la senda de la recuperación, la mayor importancia derivada de las reuniones de NA es la de expresar sus dolores, sus rabias acumuladas, sus confesiones incomprensibles para los no-adictos. Las reuniones se convierten en verdaderos canales propicios para descargar el pesado fardo que lleva un adicto sobre sus hombros, peso que está dentro de su alma atormentada.

 

He escuchado de muchos de ellos quienes asistieron con resistencia, en algunas oportunidades como producto de una imposición familiar ineludible, que pasado el tiempo, poco a poco fueron sintiendo alivio, confianza y despejaron sus aprehensiones para vincularse “como miembros activos” en NA. La conversión se ha dado al comprobar que el problema de uno, es similar al asunto de muchos otros; unos y otros que han pasado por el mismo túnel y los mismos recovecos propios del consumo. Pero, para todos ellos, NA, más allá de cualquier promesa, se convierte en un faro para mirar y conducir una vida sin drogas, sin pesadillas. Desde luego no es un viaje fácil, ni simple, ni mecánico, ni siquiera rápido. Por eso dicen ellos, 90 días iniciales de reuniones son necesarias aunque no sean suficientes. En el lenguaje coloquial podría decirse que, 90 días de reunión son la cuota inicial de la recuperación.

 

Muchos adictos recuperados permanecerán sentados en sus sillas durante las reuniones a través de muchos años: para afirmar su compromiso y para servir de ejemplo a quienes dan los primeros 90 pasos hacia la recuperación.

90 REUNIONES INICIALES

 

 

La primera vez que una persona cruza la puerta de una reunión de Narcóticos Anónimos, le dan una bienvenida de aplausos, con abrazos, lecturas, y señalan que es la persona más importante de la reunión.  Suelen entregarle al recién llegado un llavero blanco y una lista de teléfonos de los asistentes como una herramienta para cuando tenga necesidad de hablar con alguien y, en especial, ante la tentación de un nuevo consumo.

Los asistentes acostumbran recordar su primera vez en NA.  Refieren la importancia de ir a 90 reuniones, 90 días consecutivos. Sugieren hacerlo con fundamento en la experiencia de muchísimos de ellos y de acuerdo con la tradición recogida por la confraternidad.

Por encima de consideraciones múltiples, se inscribe en algo elemental: Blindarse durante los tres primeros meses. Porque es sabido que “motivos”, “impulsos”, “tentaciones” son mayores cuanto menor sea el contador de días de limpieza. Durante los primeros noventa días de asistencia, se afirma 90 veces, SOLO POR HOY: NO…. Y se antoja que es crecer un activo mínimo contra los cientos o los miles de días de consumo, de abuso en el consumo. No es mucho, ¿verdad? Pero la experiencia les promete a los aplicados asistentes la construcción del nuevo camino. A la manera de la vieja usanza pedagógica es una plana de escritura, una plana importante para aprender a soltarse de un pasado y construir un presente limpio.

90 reuniones, con testimonios los más diversos y dispersos, tiene efecto en la formación de una conciencia nueva. Uno con otro testimonio, 90 días pueden ser alrededor de 1.800 ¡!!compartires!! 1.800 testimonios. 1.800 voces de jóvenes, de personas con meses de abstinencia, veteranos con años, hombres y mujeres dispuestos a escuchar y entregar la historia de su proceso de recuperación. Pero por encima de eso, no queda duda que sólo quienes tienen un pasado común pueden escuchar, en su verdadera dimensión, los sentimientos compartidos de quienes también comparten el mismo origen.  Allí radica la magia proclamada por NA.

IRA Y TRISTEZA

 

 

 

Ira y tristeza, desconsuelo y cólera producen al ser cercano cuando enfrenta la realidad que lo circunda.

  

Una persona querida dominada por el consumo de las drogas. Mil evasiones para evitar reconocerlo, mil argumentos para minimizar la realidad. Una perplejidad atormentadora ronda en la contemplación de la plaga de la drogadicción sobre un ser amado. Antes que un especialista lo dictamine, sabemos de la situación. Aún desconocemos el nombre exacto. El profesional nos dirá la sentencia precisa: se trata de la enfermedad de la drogadicción.

  

Con frecuencia los seres cercanos son los primeros en informarse del nombre tenebroso: la enfermedad de la drogadicción.

  

El drogadicto se niega a aceptar el rótulo. La verdad nosotros tampoco. La perpleja negación nuestra se suma a la del enfermo. Nos llenamos de ira y de tristeza y de una a otra pasamos sin solución de continuidad.

  

Quizás el momento más difícil puede ser el de recibir el dictamen profesional. Y más difícil, porque es cuando se acentúa en los seres cercanos la contaminación de la enfermedad. Al negarla, entramos en el mundo de la co-adicción. Nos enfermamos de manera paulatina y acelerada.

  

Comenzamos el juego con el adicto, nos embarcamos en los pactos de muerte. Los buenos consejos, los chantajes emocionales, las promesas incumplidas, el cambio de normas en las relaciones, la tolerancia, muchas veces la indolencia, el ocultamiento, incluso somos coparticipes del consumo y lo facilitamos de manera directa o indirecta. Cada una de nuestras conductas  se suman al proceso del círculo vicioso que conforma la co-adicción. Pasamos de controladores ineficientes a cómplices perversos de  nuestro adicto.

  

La única persona “beneficiada” con nuestra ira y tristeza resulta ser el adicto.

  

Logra que  el marasmo del ambiente le permita consumir y seguir en el consumo antes de enfrentar la realidad de su enfermedad. Y no puede ser de manera diferente, nosotros también nos hemos convertido en enfermos sin reconocerlo.

  

Y después de muchos golpes, de muchísimos errores, después de mucho tiempo, los primeros llamados a sanar somos los seres cercanos. Y en general, somos los últimos en iniciar el tratamiento de la recuperación. Los testimonios de los adictos, las confesiones de los co-adictos, la literatura, la experiencia personal se orienta a dar prioridad a la superación de la co-adicción para fortalecer la posibilidad de llevar al adicto a rendirse a la evidencia: está enfermo. Sin ira y sin tristeza se ayuda mucho al adicto a hacer conciencia.

   

A veces tengo la impresión que antes de tratar la enfermedad del adicto, debe tratarse la enfermedad de los co-adictos. Suele, en ocasiones, hacerse de manera simultánea. Liberarnos de la co-adicción nos brinda la mejor perspectiva para encarar al adicto y facilitarle el camino de ingreso, voluntario, a los procesos de recuperación.

  

La ira ni la tristeza nos ayudan.

  

Superarlas nos permite enfrentar el drama y empezar el camino de una novela muy larga, de muchos capítulos, de múltiples escenas desconcertantes como corresponde al tortuoso mundo de nuestro adicto camino a su destrucción física y moral.

DEL PARAISO AL INFIERNO.

 

 

Del paraíso al infierno. De los paraísos artificiales proporcionados por la droga, iniciales fuentes de placer, el drogadicto transita hacia el infierno. Cada vez más acentuada la experiencia. Consumen para evadir, para aislarse del mundo, para vivir momentos de éxtasis y los despertares son tenebrosos infiernos, plagados de dolor, de arrepentimientos, de culpas, de resentimientos, de iras crecientes contra la sociedad, contra las personas y contra los seres queridos.   Muchos de ellos, una buena proporción, refieren el dramático encuentro con las alucinaciones. Los delirios sustituyen al placer y el proceso atrapa al adicto a consumir con mayor frecuencia o mayores cantidades para ahuyentar los demonios de la mente. Alucina en el consumo y despierta con la carga de la alucinación; la ahoga en mayor consumo. Una espiral difícil de controlar. Por eso se dice que uno de los destinos a los que conduce la adicción es el hospital.

Desesperados, con frecuencia, desean el suicidio como alternativa. Otro de los destinos de los drogadictos, la muerte.

Y los parientes cercanos, pasadas unas semanas de hospitalización, observamos la recuperación física de nuestro ser querido y escuchamos sus testimonios del infierno al que llegaron y al cual no quieren regresar.

Muchos caemos en la trampa. Pensamos y nos sentimos reconfortados: nuestro adicto, viajó al infierno y no quiere regresar a él. Una y otra vez reincidirá en el consumo y llegará cada vez con mayor rapidez al infierno.  También despiertan de sus viajes al infierno con el sufrimiento cuando han caminado por la violación del código penal bajo los efectos de las drogas. Uno de los destinos conocido de los drogadictos. La cárcel.

En nuestras sociedades, los adictos tienen un cuarto destino conocido. La calle. El costal. La mendicidad. Por voluntad propia o por la expulsión del núcleo familiar, el drogadicto se ve sometido a la indigencia en las calles. En ellas padecerá los mismos tres destinos: la cárcel, el hospital o la muerte.

Quizás los seres cercanos a los adictos, en las primeras etapas, no dimensionamos la terrible realidad de los destinos de los drogadictos. Asistir a título de información a una buena cantidad de sesiones de Narcóticos Anónimos nos revelará la crudeza real de los destinos de los drogadictos. Y nuestro ser querido, él también transita o transitará por la autopista que conduce a la cárcel, al hospital, a la calle, o a la muerte. Un adicto recuperado me decía, “somos tan de mala suerte los adictos, que la promesa de la muerte es la de una muerte muy lenta, muy prolongada, muy dolorosa; rara vez rápida, cuando no es por sobredosis.”

Duele, es doloroso el viaje al infierno. Doloroso para el adicto y para los seres queridos que presencian el descenso a la caverna.

PACTOS DE MUERTE

 

 

 

Los drogadictos establecen su primer pacto de muerte con los colegas de consumo. Entre ellos se pasan la información sobre las sustancias. Conocen de sus poderes y las promesas de viajes a paraísos y las experiencias de estados de conciencia novedosos. Ahí comienzan, ahí en esos viajes, comienzan a fortalecer el egocentrismo necesario para convertirse en verdaderos adictos. Las experiencias denominadas místicas con hongos. La sedación con la perversa marihuana, la exaltación aspirando cocaína o el paso al basuco, para mantenerse dopados y desconectados de toda realidad. No extiendo la lista de sustancias que llevan a los adictos a diferentes estados de conciencia, según ellos.

 

Los consumidores se apañan entre ellos. A medida que avanzan en el consumo, sólo entre ellos se sienten entre iguales. Entre ellos pareciera establecerse un vínculo sagrado, un pacto de lealtades y una hermandad solidaria. No se sabe de colegas de consumo que visiten los hospitales o las cárceles a donde llegan solitarios los consumidores. No son los colegas de consumo quienes asisten el dolor y la tragedia interior del adicto.

 

Los “JÍBAROS”, traficantes de muerte, se constituyen en el eslabón que une el consumo con el comercio sórdido de las sustancias. Proveedor de sustancias, traficante de objetos, intermediario en el comercio sexual para facilitar a los adictos el acceso a las dosis buscadas. Los nexos entre el adicto y sus proveedores están signados con un verdadero mecanismo de muerte. No hay límite moral o legal que no estén dispuestos a traspasar los unos y los otros para mantener activo el comercio y vivo el consumo.

 

Pero en la cadena de pactos de la muerte, la más tenebrosa es la familiar. El pariente del adicto que cohonesta el consumo.

  

Cónyuge, hijo, padre o madre, hermano o familiar, siempre uno de ellos dispuesto a sabotear el proceso de recuperación del adicto. Siempre listos para abrir la puerta que el adicto busca traspasar para regresar al consumo. El perverso mecanismo del pacto de muerte es tan elemental como que, algún miembro de la red familiar, en una torpeza primero y en desconocimiento después, facilita todas las evasiones necesarias para el adicto. Dinero, actos permisivos, desafío a quienes ponen barreras y condiciones para que el adicto se recupere.

 

No dudo en pensar que, entre los pactos de la muerte, el más perverso lo establecen entre el mimbro permisivo de la familia y el del adicto. Más perverso, porque entre adictos resulta lógico que se apoyen en su locura. Más perverso, porque entre adicto y traficante se establece un nexo explicable. Pero el inexplicable e injustificable pacto de muerte se establece entre alguien de la red familiar y el adicto condenado al dolor y al sufrimiento.

DE LAS CAUSALIDADES Y LAS ADICCIONES

La mejor respuesta a la ignorancia es la multacausalidad. (si hubiera dicho eso en la Universidad no me habrían graduado). Pero lo creo un poco. Cuando no sabemos explicar algo,  tiene muchas causas, así todo queda justificado y podemos descansar de preguntarnos.

De una parte, vivimos en una sociedad occidental que es, ante de todo es una sociedad adictiva. Los modelos a imitar: el que tiene más dinero, el de mayor éxito, el innovador exitoso, el poderos, el campeón, la reina, el primero, el más grande, el mejor, el más sabio,  son sintomáticos detonadores de pertenencias adictivas. Son drogas blandas y blancas, legales y sin duda alabadas, dignas de imitar. Muchísimos corren tras ellas, en carreras desenfrenadas. Se embriagan con ellas con más adicción que el alcohólico o el drogadicto.  

En el camino de esas cumbres, muchos, demasiados quedan envueltos en las frustraciones, atrapados en el fin por el fin, sacrifican lo que sea para llegar y no obstante pocos llegan todos siguen luchando por llegar, los fines los convierten en medios para ascender y los medios se convierten en fines en si mismos. 

Esa competencia tan capitalista nos convirtió en sociedades adictivas. La pertenencia leal e irrestricta a una de esas estructuras, se convierte en el fin, en un bien adictivo del cual es difícil salirse. Todas las esferas de la vida quedan supeditadas y ahí tenemos un brote social de adicción colectiva. Los conciertos multitudinarios y casi místicos, los partidos de deportes que convocan millonarios seguidores, son algunos ejemplos de conductas adictivas de tipo colectivo.

La pertenencia a empresas o iglesias es una condecoración obsesiva privilegiada y se defiende con la irracionalidad de la adicción: esclavitud de la persona a... En la esfera religiosa conducen a la intolerancia, el fanatismo desconcertante.

La medicina produce adictos. La depresión y la ansiedad y otros trastornos frecuentes en nuestro medio, llevan a las personas a buscar ayuda en la psquiatría.  

Muy frecuente es la adicción al psiquiatra. La psiquiatría se ha convertido en el vehiculo trasmisor de nuevas adicciones medicadas y legales: las drogas psiquiatritas conducen a sus usuarios, con no poca frecuencia, a esclavos de ellas. La dependencia frenética de los medicamentos prescritos es conocida con suficiente ilustración. Las ventas de dichos medicamentos producen alarma en la perspectiva de la sanidad mental pública. Tranquilizantes, antidepresivos, controladores de la ansiedad, estimulantes, mantienen a grandes porciones de la población “drogados“ para soportar el curso de sus vidas y su pertenencia a instituciones y para sobrevivir en una sociedad adictiva.

Las presiones sociales, los problemas individuales, las circunstancias particulares llevan a unos y otros a las adicciones: las adicciones benditas por la sociedad, las adicciones toleradas y la drogadicción, todas ellas venden “paraísos” a sus seguidores.

Paraísos artificiales, efímeros e inestables. La apología del éxito a cualquier precio, el hedonismo del consumo. En el caso de los drogadictos, las experiencias  vivenciales. La experiencia con los drogadictos, consumidores de sustancias psicoactivas, muestra que no es por la vía del medicamento psiquiátrico como obtienen el control de la compulsión.  

Las asimetrías, la crítica, las reflexiones, la literatura, la expansión desordenada de la información, el viento de valores religiosos diferentes, han desencadenado movimientos y actitudes de marginación, de desafío, de conductas atípicas. La sociedad pluralista las considera como una relativa forma de escape, como mecanismos de evasión, como "underground" controlable, como opciones de bajo perfil incapaces de desafiar a los ídolos.

Algunas de ellas, desafiantes en principio de la alienación, se convierten en credos adictivos y sus miembros como adictos también en esclavos de la anti-adicción social. Los estudios incipientes sobre el aspecto biológico y las manifestaciones adictivas al nivel cerebral pertenecen aún a la prehistoria de la ciencia.

Cerebros convulsionados. Se conoce, se sabe y se cuantifica el efecto del consumo de sustancias adictivas. Se sabe, por la observación elemental, los niveles de degradación física y mental  a la que llegan adictos avanzados.

Y el maldito contraste, que en algunas personas no produce esas lesiones o se tardan tanto en aparecer que el " adicto"  en consumo piensa y cree que a "Él" no le sucederá.  

El consumo fomentado y rentable del alcohol, una de las drogas sociales dentro del flujo económico legal, llevan a los consumidores de drogas a pedir la legalización de sus sustancias. No les falta razón. La tienen toda. Permitir lo prohibido, todo lo prohibido llevarlo al plano de la legalización igualitaria; ¿somos sociedades pluralistas o no?

Confieso que me inclino por la legalización.  El mundo sórdido del comercio de drogas; la tolerancia legal, la indiferencia social, la permisividad oculta pero real, permiten el submundo del comercio de sustancias. La cadena criminal de la distribución lleva a los consumidores a la cadena de la violación de la legalidad, a la degradación de la condición humana a niveles tales, sin guardar relación apropiada entre con el producto o la satisfacción que produce. Llegan a sumergirse en fondos capaces de aterrar a cualquier persona en sano estado de razón. Un adicto camina por senderos de lodo y pisotea su dignidad y la de los demás sin ninguna otra consideración a la de satisfacer su ansiedad de consumo. 

El alcohólico, también claro está, pasa por los mismos estadios de degradación, pero su sustancia las exhiben y venden al lado de los medicamentos, de los alimentos o en tiendas especializadas de la mejor factura y presentación. Legalizar las drogas no sería nada diferente a crear un departamento más en la variedad de ofertas de consumos legales.  

El tema, para los drogadictos como para los alcohólicos, los adictos en recuperación, es diferente. Aunque sea legal adquirirlas, no pueden comprarlas, no pueden consumirlas, no pueden acercarse a ellas. Así como los diabéticos no pueden ser compradores de la sección de azucares y bocadillos, chocolates y galletas, de gelatinas y  tortas dulces. 

¿Por qué unos consumidores se tornan adictos y otros no? La verdad, no lo sabemos. Pero adictos al alcohol o las sustancias no se diferencian  de otros adictos a comprar, o trepar en la pirámide, son esclavos de sus consumos. En suma, aunque ignoremos la etiología en términos científicos, la realidad palmaria es el mapa de drogadictos en nuestras sociedades. Ahí están y ahí están con sus sufrimientos y con el sufrimiento proporcionado a sus familias y a la sociedad en general. 

DEUDA SOCIAL

 

                

                    El sector educativo tiene una deuda con la sociedad.

 

La tolerancia y la permisividad con el expendio y el consumo de drogas, toca a la puerta de los establecimientos educativos.

 

Permisividad porque sabe y tolera el expendio de sustancias alrededor de las puertas de ingreso a los establecimientos; permisividad con la distribución de sustancias adictivas dentro de los mismos planteles. Tolerancia con el consumo de sus alumnos, docentes y personal administrativo.

  

Ignoro la situación de diferentes países. Pero me refiero al caso de Colombia y en particular a la ciudad de Bogotá.

 

En los patios de los colegios, de muchos colegios, los alumnos fuman marihuana, consumen cocaína, basuco, pepas, e incluso alcohol. Al interior de los planteles alumnos comercian sustancias. Y no son pocos los casos en los que personal administrativo y docente participa como los mismos estudiantes. En las zonas aledañas es sabido que se expenden sustancias en los puestos de dulces y cigarrillos. No se necesita señalar lo que las autoridades educativas saben por el testimonio de sus alumnos. Y de no saberlo, sería fácil identificar esos puntos y personas distribuidoras con preguntar, indagar y plantear el tema en los salones de clase, de manera oral o por escrito a los estudiantes. Son secretos a voces.

 

En el caso de las Universidades el espectáculo está a la vista en Bogotá. Todos los días, pero los viernes y sábados en particular, a los alrededores de las universidades son evidentes los grupos de estudiantes consumiendo licores y desde luego el ambiente propicio para la distribución y consumo de sustancias adictivas adicionales.

 

Saben los profesores que sus alumnos ingresan a las aulas bajo efectos de alcohol y sustancias. Lo saben las autoridades académicas y lo atestiguan los mismos estudiantes. En las Universidades privadas y en las públicas, no se distinguen unas de otras.

 

Algunas universidades han planteado el tema como preocupante y se refieren a fenómenos anexos: tendencia al suicidio, crisis depresivas, deserción a causa de intoxicaciones asociadas con consumo de alcohol y otras sustancias adictivas.

 

En una clínica psiquiatrita de Bogotá, en el mes de enero,  de una población de veinte estudiantes internos, 4 provenían de un mismo colegio, por adicción o depresión. A los cuatro anteriores se sumaban 3, para un total de siete internos provenientes de colegios bilingües. Y de los veinte internos, 15 estudiantes de bachillerato y del nivel universitario. Esta pequeña muestra, significativa aunque sea focal, debe prender las alarmas. Alarmas rojas.

 

El sector educativo no puede descargar la responsabilidad sobre el asunto en los padres de familia, en los mismos alumnos o en las esferas de la salud pública. El sistema educativo es corresponsable con la tolerancia al consumo. No conozco una sola entidad de educación superior que tenga en su reglamento una sanción efectiva para la distribución o el consumo de sustancias adictivas.

               ¿Alguna de las entidades de educación superior realizan labores de divulgación y prevención de consumo?  

¿En los reglamentos estudiantes está previsto el tema y las consecuencias que la entidad aplica a quien consume? O, ¿Será una propuesta que lesiona la autonomía de las personas?

 

¿Los contratos con administradores y docentes tienen previsto sanciones para los consumidores de sustancias adictivas? ¿Puede considerarse que es indiferente para la entidad el consumo de sustancias por parte de su personal.

 

Desde luego el manejo del tema no es solamente represivo. Es un todo articulado que corresponde a muchas instituciones de la vida social. Nos referimos a una de ellas, a una institución clave.

 

Un estudiante de una universidad privada de primera línea me afirmó hace poco que la pregunta no era si en su facultad había consumidores de drogas. La pregunta correcta era: ¿Acaso quien no consume en mi facultad? Podrá ser exagerada la expresión, pero refleja un sentimiento ambiental de aplauso y tolerancia al consumo de drogas como algo que hace parte de nuestro día a día.

 

Tiene el sector educativo, y el universitario en particular, alguna responsabilidad en el avance generalizado del consumo. En nuestra sociedad hay experiencias suficientes de los efectos y consecuencias con la tolerancia con procesos erráticos de conductas sociales.

 

Y una pregunta, ¿Tiene la Universidad, la comunidad universitaria alguna responsabilidad social y ética con el consumo? 

Me temo que la Universidad tiene una deuda social muy seria. Las deudas son para pagar o empezar a pagarlas.

MANIDO Y PREVISIBLE

 

Me escribe desde España un señor y dice que los artículos son eso, manidos y previsibles. Agradezco su correo.  Claro que son manidos y previsibles.

Para quien enfrenta a un ser querido adicto, el tema no es manido y menos previsible. La confrontación es dinámica. Es horriblemente concreta y  lo que no sabemos es concatenar esos temas manidos y previsibles con la experiencia de ver al ser querido sumido en la adicción.

Que es una enfermedad, poderosa, progresiva, sutil y desconcertante, no nos resulta tan evidente. La negación inicial y durante mucho tiempo nos deja frente a una luz intensa que no sabemos ni podemos identificar. Una amiga co-dependiente tardó cinco años en reconocer que su esposo era un adicto. Cinco años en los que se debatía en tildarlo de vicioso, de hombre falto de voluntad, en despilfarrador, mentiroso, en protegerlo o agredir su ya lastimada auto-estima. Cuando aceptó que se trataba de un enfermo, esa persona prestó a su cónyuge el apoyo necesario para entrar por el camino de la recuperación. Hoy, 20 años después, él es un adicto que se recupera satisfactoriamente de la adicción.

Por eso respondo al amigo español diciendo que este blog no es de especialistas, ni para debates científicos; pretende ser un compartir simple a partir de una experiencia dolorosa: convivir con el drama de un ser querido adicto. Un ser perdido en el sub-mundo de la enfermedad adictiva.

Quiero dejar un testimonio. Un aporte simple y elemental para aquellas personas que en el caos de su contexto puedan encontrar alguna palabra de identificación, una luz para aceptar primero y manejar después el asunto del adicto. 

Es tan simple y resulta tan complejo. Porque la enfermedad mental, y la adicción lo es, desafía la lógica más elemental.

SORPRENDENTE

 

 

Para quien está cerca de un ser querido sumido en la adicción, la experiencia es repetitiva. La enfermedad produce sorpresas. Muchas sorpresas. Sorpresas inesperadas cada día. Las primeras son las incongruencias entre lo que dice y hace el adicto. Sus promesas rotas. Las expresiones minimizadoras con respecto a los efectos del consumo. Pero avanzan en las sorpresas cuando desaparecen las cosas de la casa que van a las compraventas, se empieza a perder dinero, y los niveles de violencia verbal cuando no física se tornan frecuentes y repetitivos.

 

Las sorpresas que reciben las personas cercanas aumentan cuando se descorre el mundo que frecuenta el adicto. Descorrer el telón de los compañeros de consumo, provenientes de vertientes inesperadas, nos abruman. Pero confirmar las trasgresiones a los códigos sociales, a los éticos y los legales nos afectan por cuanto no imaginamos que nuestro ser querido haya llegado a tales fronteras.

 

Confrontar al adicto, conocer sus testimonios, ser testigos de sus incoherencias conductuales, nos revelan mejor que nada la característica de SORPRENDENTE de la enfermedad.

 

SUTIL

SUTIL

La verificación más impresionante para quienes estamos cerca de un adicto es corroborar, pasado el tiempo, la sutileza de la enfermedad de la adicción.

 

Sutil. Tenue mancha de la transformación de la personalidad del adicto. Un mapa que se construye de forma y manera lenta, casi imperceptible. La adicción es un poco como el avance del desierto, centímetros casi invisibles que se come la tierra fértil. Pero avanza. Transforma en erial el campo próspero, degenera poco a poco la tierra y la sepulta bajo la arena.

 

Así es la transformación del adicto. Lo que antes era tierra promisoria se va marchitando, poco a poco, en yermo, el agua que vivifica desaparece y el manto de la arena sepulta la personalidad del adicto.

 

Un buen ejercicio es la comparación de fotografías del adicto. Antes de iniciar el consumo. En sus primeras etapas y con el paso del tiempo. Aquí agrego una fotografía publicada por una revista científica, de la transformación en la expresión de una adicta. Tan sutil como contundente son las transformaciones incluso en la figura y apariencia del adicto.

  

PROGRESIVA

La enfermedad de la adicción es Poderosa. Lo dice la literatura, lo afirman los terapeutas y lo registran los testimonios de los adictos en recuperación, lo prueban los adictos en consumo. Pero además, la enfermedad es PROGRESIVA.

 

Lo que se inicia en la esfera del vicio o consumo ocasional, lo que desencadena la carrera por la autopista de la adicción es la frecuencia del consumo primero, y después, la predisposición a la enfermedad de la adicción. Es bien sabido que los adictos con mucha frecuencia son poli-adictos. Aunque tengan particular predilección por una de las sustancias adictivas, en general tienden a consumir diferentes sustancias en grados mayores o menores. Unas veces para experimentar deferentes estados de conciencia. Otras, para nivelar los efectos causados por las drogas habituales.

 

Unos y otros consumos sumen a la persona en las redes progresivas de la adicción. La dependencia creciente de las sustancias invaden el organismo primero y la mente de la persona después. Los condiciona al consumo y los conduce a la adicción. Voraz como es el apetito del consumo, progresa la dependencia de las sustancias. Al poder de las drogas se suma la invasión de todas las esferas del espíritu o de la mente del consumidor. Poco a poco, en un proceso más o menos acelerado, el adicto atrapado en la enfermedad la ve progresar sin desmayo, sin pausa y sin prisa.