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Adicto a los Adictos

Testimonios

DOS FOSFOROS : UNA VIDA

 

 

Una madrugada en El Cartucho estaba sen­tado en el suelo con Daniel y dos tipos más. Me acababa de chuzar. En ese entonces me ponía sólo cuatro o cinco ampollas por día. Como ya tenia el cerebro frito, esa cantidad me fundía, quedaba descerebrado de una. Uno de los tipos que estaba con nosotros le preguntó al otro si tenía un fós­foro para prender una bicha. El otro le respondió que tenía sólo dos y eran para prender la suya. En ese momento lo llamaron. El tipo se paró y dejó los dos fósforos en el suelo. El man que se los había pedido los cogió de una. Se puso el cigarrillo de bazuco en los labios, prendió un fósforo y de inmediato se apagó, prendió el otro, y lo mismo. Al poco rato el otro man regresó con ese embale de meterse lo suyo y no encontró los fósforos.

-¿Dónde están mis fósforos? Ahí los dejé. ¿Dónde están mis fósforos, hijueputas!   

-¡Deje el azare! No... pues sí... yo los prendí, pero el  viento los apagó.

-¡Ah, éste es mucho pirobo hijueputa!

-¿Entonces qué va hacer?

-¿Entonces qué voy a hacer?

El man dueño de los fósforos sacó una pistola y le metió  seis tiros al otro tipo ahí.

-¡Por hijueputa, por ladrón, por haberme robado mis fósforos, malparida gonorrea! -le gritaba el tipo con el rostro transfigurado al cadáver.La traba se me pasmó de una.

"¡Mierda, que estoy ha­ciendo aquí! ¡Qué putas he hecho con mi vida!", pensé. Comencé a llorar, me levanté de ahí y salí corriendo hacia el norte, cagado del susto. Cuando llegué a la Caracas con Diecinueve sentí que no podía más, me tiré de rodillas so­bre el andén y mirando al suelo, con las manos apoyadas en el concreto, en medio del llanto, le dije a Dios:   

- ¡Si usted existe, o me mata o me saca de esta mierda,...pero ya no más!!   

 ¿ Luego qué pasó?    Difícil decirlo. Pero aquí estoy: vivo.

“Fentanyl. Crónica de una adición” Samuel Andrés Arias. El malpensante, Bogotá, No. 77, 2007, p.61

Samuel Andrés Arias, médico y escritor.

Los eNeAticos.

 

 

Muchos drogadictos, que se han acercado de forma circunstancial a NA, suelen despotricar contra NA. Lo consideran un club de verdaderos masoquistas. 

- Se congregan para recordarse que son adictos en recuperación. 

- Cantando una enfermedad que no desaparece, se flagelan.

- Se tildan de afortunados al no consumir.

- Declaran cada día, cada día sin consumir como un éxito, unas 24 horas más de limpieza.  

-En cada reunión descargan sus tristezas y recuerdan sus horas aciagas de consumidores.  

- Repiten, repiten siempre que asistir a las reuniones de NA, les da la fuerza para mantenerse limpios.  

- Testifican la gratitud a NA.   

                                                     Los drogadictos detractores de NA, los tildan de eNeAticos. Un apelativo para llamarlos miembros de una secta y selecta secta de quienes pasaron del consumo a querer abandonarlo para lograr la abstención.

                 

 

Aunque es preciso reconocer las múltiples formas de obtener la recuperación de las drogadicciones, según cada una de las experiencias personales, se antoja la crítica descalificadora como un rechazo soberbio a una de las más simples y contundentes  formas de ayuda entre quienes vivieron la adicción.

El valor terapéutico, la fuerza y la energía creada entre ellos, explica la misteriosa fuerza que los mantiene lejos del consumo. Pero ante todo, de admirar la humildad que supone reunirse para dar testimonio y para alentar a otros en el proceso de marginarse del consumo.

CUANDO...

 

 

Cuando pude parar, no quise

Cuando quise, no pude parar.

Tuve que probar hasta el más profundo fondo, sin escatimar degradación alguna, hasta el crimen. En la cárcel me arrodillé y me rendí.  

Me lo refirió un adicto en recuperación.

ES FACIL y ES TAN DIFICIL.

 

 

Es fácil y es tan difícil. Sin desconocer las teorías de los cerebros en compulsión como son los de los adictos a las drogas, sin desconocer tampoco la maraña de sentimientos y las blindadas relaciones entre el consumo y la ausencia de realidad, los testimonios de quienes abandonan el consumo activo muestran una doble cara.

Los testimonios multiplicados de quienes abandonan el consumo activo, son dos polos de reflexión resumidos en es FÁCIL, es tan DIFÍCIL.

Muchas veces abandonar el consumo puede ser la opción tardía e inútil en términos de una vida funcional.  Es recurrente escuchar acerca de sus últimos días de consumo, la temporada final dentro de la imprecisa vida del adicto. Cualquiera que sea la circunstancia productora de la ruptura con el consumo, el testimonio general apunta a señalar el final del consumo similar a la apoteosis del caos y la sensación de encontrarse en un despeñadero, en el fondo de un abismo. Se habla de diferentes fondos, del fondo al que cada uno debe llegar para decir un ¡Basta Ya! Un adjetivo común es el de aceptar la derrota.  

Silvia, una chica inteligente y vivaracha, alcohólica y drogadicta, refirió que sus últimos meses de consumo se asimilaron a la sensación de transito por un túnel, pero un túnel cada vez más oscuro, teñido de negro. Un buen día decidió, sintió o percibió que su final era la muerte al concluir el viaje por el sendero de la oscuridad. Alguien la llevó a NA. Asistió con la desconfianza de la falta de convicción, la certeza de la imposibilidad para encontrar allí solución a su drama y para el final que presumía dentro de su adicción. Los locos de NA, las ilusiones prometidas por NA le sonaron a palabras de monjas, tan inútiles como ineficientes. Sin embargo,  más por fatiga que por convicción, se dio una tregua en el abuso de sustancias; se permitió asistir a las reuniones y en cada una de ellas, confiesa, sintió más desconfianza de las promesas de NA y en cada una de ellas observó a hombre y mujeres de NA como seres casi extraterrestres, fundadores de una ilusoria secta de promesas y autoengaños. Tuvo la oportunidad de asistir a psicoterapia; pasadas unas sesiones, el psicoterapeuta le recomendó complementarla con asistencia a NA y la invitó a aplicar la guía de los 12 pasos. Dejó el compromiso terapéutico, pues la recomendación le pareció provenir de un profeta de los mesiánicos NA.

Poco tiempo después recayó en el consumo y en el curso de días regresó al túnel helado, cada vez más oscuro y sórdido. Ante la atormentadora inminencia de la muerte, se dio la oportunidad de volver donde los promeseros y comenzó su recuperación, regresó a la terapia y explica ella, que fue trabajando los 12 pasos, con desconfianza primero, asistiendo como observadora de sospechosas ilusiones a las reuniones de NA y dice ella “no se cómo, pero me funcionó hasta cuando fui capaz de declararme y rendirme: YO SOY UNA ADICTA… 

José Luis, en la misma reunión, 25 años. Sumido en una esquizofrenia producto del abuso de cocaina, vive ahora dependiendo de fármacos antipsicóticos, sin esperanza diferente a controlar su enfermedad mental. Sin concluir la educación media, sin posibilidades de avanzar en una vida funcional. Explica su historia como una búsqueda de muerte, innecesario rechazo a su condición de persona privilegiada en la sociedad, al rechazo consciente de toda opción de sobriedad, a la negación permanente de los riesgos del consumo y a la voluntad expresa de conservarse como consumidor. La enfermedad mental lo condujo a su condición de minusválido social. En medio de su dramática situación, asiste para animar a sus colegas de NA para que se mantengan lejos del consumo activo.

Después de escuchar los dos testimonios, entendí, o traté de entender la misteriosa simplicidad del primer paso de la recuperación y la más dolorosa verificación de lo difícil que resulta tomar la decisión de salir del marasmo, –a veces tardía e irreparable-.

EL CIRCULO.

 

 

El ser querido ha sufrido durante el viaje a su infierno; al infierno buscado. Lo hemos visto regresar con las palmas de la derrota y con la bandera del no retorno. Una vez y otra y muchas veces.  Los testigos aplaudimos con el respiro de una definitiva victoria: una y una y otra y otra y muchas. Cada vez con la confianza deparada por la Victoria.  ¡Esta vez si! La palabra del ser querido nos confirma su decisión.

Celebramos el final de una pesadilla.  Días de esperanza y promesas de mejores amaneceres. El final de la desazón.

Poco después, el ser querido regresa a la cenagosa vida del consumo.  Ocasional primero, más frecuente luego y dominante actividad  al pasar las fronteras y los límites inexistentes para el adicto. Las promesas y las ilusiones estrelladas contra la realidad.  Y nos quedamos con la frustración de una nueva derrota. Nos resta la esperanza de un retorno milagroso.  Las jornadas de insomnio prolongadas y la presencia pasiva ante el derrumbe del atrapado sin salida.

La tolerancia, eufemismo de la complicidad, nos convierte en espectadores pasivos del inevitable recorrido del consumo.  La confianza en el ser querido se derrumba, la inseguridad generada se acrecienta, las decisiones radicales se aplazan, la imperiosa necesidad de reaccionar con oportunidad se diluye en explicaciones inútiles.  Nos cobijamos con la esperanza derivada de la palabra del adicto que ofrece abandonar el consumo.  Pedimos fuerza de voluntad cuando lo necesario es buena voluntad; queremos un cambio radical, cuando el abandono del consumo también es un proceso que parte de la decisión del adicto a corregir su rumbo;  damos a las promesas el valor no correspondido con los actos y excusamos los actos con el gesto de solicitar paciencia y optimismo, en la ilusión de las fantasías ofrecidas por el adicto.   

No existen los milagros. No valen las palabras. No son relevantes las promesas.  Los seres allegados caemos en nuestra propia trampa e ignoramos la verdadera dimensión del problema. Incapaces de fijar los límites nos convertimos en el mejor soporte para facilitar el consumo de quien esperamos que lo abandone.

Casi pareciera que los co-adictos dejaremos de serlo cuando el adicto deje de ser consumidor. Un círculo vicioso mal planteado. El adicto, quizás, estaría más dispuesto a considerar la necesidad de abandonar el consumo, si los seres cercanos estuviéramos decididos a romper la cadena de la complacencia y la complicidad con el consumo.  Cuando el mapa de los seres cercanos se libera del juego a que lo somete el adicto, dicen quienes saben, éste tiene mayor posibilidad de reconsiderar la continuidad en el consumo.

Un frente común inflexible,  presta mayor servicio, en la posible motivación de recuperación,  que el débil discurso inoperante  y los actos torpes de los co-adictos.  Y no terminamos por aprender la lección.

IRA Y TRISTEZA

 

 

 

Ira y tristeza, desconsuelo y cólera producen al ser cercano cuando enfrenta la realidad que lo circunda.

  

Una persona querida dominada por el consumo de las drogas. Mil evasiones para evitar reconocerlo, mil argumentos para minimizar la realidad. Una perplejidad atormentadora ronda en la contemplación de la plaga de la drogadicción sobre un ser amado. Antes que un especialista lo dictamine, sabemos de la situación. Aún desconocemos el nombre exacto. El profesional nos dirá la sentencia precisa: se trata de la enfermedad de la drogadicción.

  

Con frecuencia los seres cercanos son los primeros en informarse del nombre tenebroso: la enfermedad de la drogadicción.

  

El drogadicto se niega a aceptar el rótulo. La verdad nosotros tampoco. La perpleja negación nuestra se suma a la del enfermo. Nos llenamos de ira y de tristeza y de una a otra pasamos sin solución de continuidad.

  

Quizás el momento más difícil puede ser el de recibir el dictamen profesional. Y más difícil, porque es cuando se acentúa en los seres cercanos la contaminación de la enfermedad. Al negarla, entramos en el mundo de la co-adicción. Nos enfermamos de manera paulatina y acelerada.

  

Comenzamos el juego con el adicto, nos embarcamos en los pactos de muerte. Los buenos consejos, los chantajes emocionales, las promesas incumplidas, el cambio de normas en las relaciones, la tolerancia, muchas veces la indolencia, el ocultamiento, incluso somos coparticipes del consumo y lo facilitamos de manera directa o indirecta. Cada una de nuestras conductas  se suman al proceso del círculo vicioso que conforma la co-adicción. Pasamos de controladores ineficientes a cómplices perversos de  nuestro adicto.

  

La única persona “beneficiada” con nuestra ira y tristeza resulta ser el adicto.

  

Logra que  el marasmo del ambiente le permita consumir y seguir en el consumo antes de enfrentar la realidad de su enfermedad. Y no puede ser de manera diferente, nosotros también nos hemos convertido en enfermos sin reconocerlo.

  

Y después de muchos golpes, de muchísimos errores, después de mucho tiempo, los primeros llamados a sanar somos los seres cercanos. Y en general, somos los últimos en iniciar el tratamiento de la recuperación. Los testimonios de los adictos, las confesiones de los co-adictos, la literatura, la experiencia personal se orienta a dar prioridad a la superación de la co-adicción para fortalecer la posibilidad de llevar al adicto a rendirse a la evidencia: está enfermo. Sin ira y sin tristeza se ayuda mucho al adicto a hacer conciencia.

   

A veces tengo la impresión que antes de tratar la enfermedad del adicto, debe tratarse la enfermedad de los co-adictos. Suele, en ocasiones, hacerse de manera simultánea. Liberarnos de la co-adicción nos brinda la mejor perspectiva para encarar al adicto y facilitarle el camino de ingreso, voluntario, a los procesos de recuperación.

  

La ira ni la tristeza nos ayudan.

  

Superarlas nos permite enfrentar el drama y empezar el camino de una novela muy larga, de muchos capítulos, de múltiples escenas desconcertantes como corresponde al tortuoso mundo de nuestro adicto camino a su destrucción física y moral.

DEL PARAISO AL INFIERNO.

 

 

Del paraíso al infierno. De los paraísos artificiales proporcionados por la droga, iniciales fuentes de placer, el drogadicto transita hacia el infierno. Cada vez más acentuada la experiencia. Consumen para evadir, para aislarse del mundo, para vivir momentos de éxtasis y los despertares son tenebrosos infiernos, plagados de dolor, de arrepentimientos, de culpas, de resentimientos, de iras crecientes contra la sociedad, contra las personas y contra los seres queridos.   Muchos de ellos, una buena proporción, refieren el dramático encuentro con las alucinaciones. Los delirios sustituyen al placer y el proceso atrapa al adicto a consumir con mayor frecuencia o mayores cantidades para ahuyentar los demonios de la mente. Alucina en el consumo y despierta con la carga de la alucinación; la ahoga en mayor consumo. Una espiral difícil de controlar. Por eso se dice que uno de los destinos a los que conduce la adicción es el hospital.

Desesperados, con frecuencia, desean el suicidio como alternativa. Otro de los destinos de los drogadictos, la muerte.

Y los parientes cercanos, pasadas unas semanas de hospitalización, observamos la recuperación física de nuestro ser querido y escuchamos sus testimonios del infierno al que llegaron y al cual no quieren regresar.

Muchos caemos en la trampa. Pensamos y nos sentimos reconfortados: nuestro adicto, viajó al infierno y no quiere regresar a él. Una y otra vez reincidirá en el consumo y llegará cada vez con mayor rapidez al infierno.  También despiertan de sus viajes al infierno con el sufrimiento cuando han caminado por la violación del código penal bajo los efectos de las drogas. Uno de los destinos conocido de los drogadictos. La cárcel.

En nuestras sociedades, los adictos tienen un cuarto destino conocido. La calle. El costal. La mendicidad. Por voluntad propia o por la expulsión del núcleo familiar, el drogadicto se ve sometido a la indigencia en las calles. En ellas padecerá los mismos tres destinos: la cárcel, el hospital o la muerte.

Quizás los seres cercanos a los adictos, en las primeras etapas, no dimensionamos la terrible realidad de los destinos de los drogadictos. Asistir a título de información a una buena cantidad de sesiones de Narcóticos Anónimos nos revelará la crudeza real de los destinos de los drogadictos. Y nuestro ser querido, él también transita o transitará por la autopista que conduce a la cárcel, al hospital, a la calle, o a la muerte. Un adicto recuperado me decía, “somos tan de mala suerte los adictos, que la promesa de la muerte es la de una muerte muy lenta, muy prolongada, muy dolorosa; rara vez rápida, cuando no es por sobredosis.”

Duele, es doloroso el viaje al infierno. Doloroso para el adicto y para los seres queridos que presencian el descenso a la caverna.

PACTOS DE MUERTE

 

 

 

Los drogadictos establecen su primer pacto de muerte con los colegas de consumo. Entre ellos se pasan la información sobre las sustancias. Conocen de sus poderes y las promesas de viajes a paraísos y las experiencias de estados de conciencia novedosos. Ahí comienzan, ahí en esos viajes, comienzan a fortalecer el egocentrismo necesario para convertirse en verdaderos adictos. Las experiencias denominadas místicas con hongos. La sedación con la perversa marihuana, la exaltación aspirando cocaína o el paso al basuco, para mantenerse dopados y desconectados de toda realidad. No extiendo la lista de sustancias que llevan a los adictos a diferentes estados de conciencia, según ellos.

 

Los consumidores se apañan entre ellos. A medida que avanzan en el consumo, sólo entre ellos se sienten entre iguales. Entre ellos pareciera establecerse un vínculo sagrado, un pacto de lealtades y una hermandad solidaria. No se sabe de colegas de consumo que visiten los hospitales o las cárceles a donde llegan solitarios los consumidores. No son los colegas de consumo quienes asisten el dolor y la tragedia interior del adicto.

 

Los “JÍBAROS”, traficantes de muerte, se constituyen en el eslabón que une el consumo con el comercio sórdido de las sustancias. Proveedor de sustancias, traficante de objetos, intermediario en el comercio sexual para facilitar a los adictos el acceso a las dosis buscadas. Los nexos entre el adicto y sus proveedores están signados con un verdadero mecanismo de muerte. No hay límite moral o legal que no estén dispuestos a traspasar los unos y los otros para mantener activo el comercio y vivo el consumo.

 

Pero en la cadena de pactos de la muerte, la más tenebrosa es la familiar. El pariente del adicto que cohonesta el consumo.

  

Cónyuge, hijo, padre o madre, hermano o familiar, siempre uno de ellos dispuesto a sabotear el proceso de recuperación del adicto. Siempre listos para abrir la puerta que el adicto busca traspasar para regresar al consumo. El perverso mecanismo del pacto de muerte es tan elemental como que, algún miembro de la red familiar, en una torpeza primero y en desconocimiento después, facilita todas las evasiones necesarias para el adicto. Dinero, actos permisivos, desafío a quienes ponen barreras y condiciones para que el adicto se recupere.

 

No dudo en pensar que, entre los pactos de la muerte, el más perverso lo establecen entre el mimbro permisivo de la familia y el del adicto. Más perverso, porque entre adictos resulta lógico que se apoyen en su locura. Más perverso, porque entre adicto y traficante se establece un nexo explicable. Pero el inexplicable e injustificable pacto de muerte se establece entre alguien de la red familiar y el adicto condenado al dolor y al sufrimiento.

MANIDO Y PREVISIBLE

 

Me escribe desde España un señor y dice que los artículos son eso, manidos y previsibles. Agradezco su correo.  Claro que son manidos y previsibles.

Para quien enfrenta a un ser querido adicto, el tema no es manido y menos previsible. La confrontación es dinámica. Es horriblemente concreta y  lo que no sabemos es concatenar esos temas manidos y previsibles con la experiencia de ver al ser querido sumido en la adicción.

Que es una enfermedad, poderosa, progresiva, sutil y desconcertante, no nos resulta tan evidente. La negación inicial y durante mucho tiempo nos deja frente a una luz intensa que no sabemos ni podemos identificar. Una amiga co-dependiente tardó cinco años en reconocer que su esposo era un adicto. Cinco años en los que se debatía en tildarlo de vicioso, de hombre falto de voluntad, en despilfarrador, mentiroso, en protegerlo o agredir su ya lastimada auto-estima. Cuando aceptó que se trataba de un enfermo, esa persona prestó a su cónyuge el apoyo necesario para entrar por el camino de la recuperación. Hoy, 20 años después, él es un adicto que se recupera satisfactoriamente de la adicción.

Por eso respondo al amigo español diciendo que este blog no es de especialistas, ni para debates científicos; pretende ser un compartir simple a partir de una experiencia dolorosa: convivir con el drama de un ser querido adicto. Un ser perdido en el sub-mundo de la enfermedad adictiva.

Quiero dejar un testimonio. Un aporte simple y elemental para aquellas personas que en el caos de su contexto puedan encontrar alguna palabra de identificación, una luz para aceptar primero y manejar después el asunto del adicto. 

Es tan simple y resulta tan complejo. Porque la enfermedad mental, y la adicción lo es, desafía la lógica más elemental.