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Adicto a los Adictos

Sociedad

DE LAS CAUSALIDADES Y LAS ADICCIONES

La mejor respuesta a la ignorancia es la multacausalidad. (si hubiera dicho eso en la Universidad no me habrían graduado). Pero lo creo un poco. Cuando no sabemos explicar algo,  tiene muchas causas, así todo queda justificado y podemos descansar de preguntarnos.

De una parte, vivimos en una sociedad occidental que es, ante de todo es una sociedad adictiva. Los modelos a imitar: el que tiene más dinero, el de mayor éxito, el innovador exitoso, el poderos, el campeón, la reina, el primero, el más grande, el mejor, el más sabio,  son sintomáticos detonadores de pertenencias adictivas. Son drogas blandas y blancas, legales y sin duda alabadas, dignas de imitar. Muchísimos corren tras ellas, en carreras desenfrenadas. Se embriagan con ellas con más adicción que el alcohólico o el drogadicto.  

En el camino de esas cumbres, muchos, demasiados quedan envueltos en las frustraciones, atrapados en el fin por el fin, sacrifican lo que sea para llegar y no obstante pocos llegan todos siguen luchando por llegar, los fines los convierten en medios para ascender y los medios se convierten en fines en si mismos. 

Esa competencia tan capitalista nos convirtió en sociedades adictivas. La pertenencia leal e irrestricta a una de esas estructuras, se convierte en el fin, en un bien adictivo del cual es difícil salirse. Todas las esferas de la vida quedan supeditadas y ahí tenemos un brote social de adicción colectiva. Los conciertos multitudinarios y casi místicos, los partidos de deportes que convocan millonarios seguidores, son algunos ejemplos de conductas adictivas de tipo colectivo.

La pertenencia a empresas o iglesias es una condecoración obsesiva privilegiada y se defiende con la irracionalidad de la adicción: esclavitud de la persona a... En la esfera religiosa conducen a la intolerancia, el fanatismo desconcertante.

La medicina produce adictos. La depresión y la ansiedad y otros trastornos frecuentes en nuestro medio, llevan a las personas a buscar ayuda en la psquiatría.  

Muy frecuente es la adicción al psiquiatra. La psiquiatría se ha convertido en el vehiculo trasmisor de nuevas adicciones medicadas y legales: las drogas psiquiatritas conducen a sus usuarios, con no poca frecuencia, a esclavos de ellas. La dependencia frenética de los medicamentos prescritos es conocida con suficiente ilustración. Las ventas de dichos medicamentos producen alarma en la perspectiva de la sanidad mental pública. Tranquilizantes, antidepresivos, controladores de la ansiedad, estimulantes, mantienen a grandes porciones de la población “drogados“ para soportar el curso de sus vidas y su pertenencia a instituciones y para sobrevivir en una sociedad adictiva.

Las presiones sociales, los problemas individuales, las circunstancias particulares llevan a unos y otros a las adicciones: las adicciones benditas por la sociedad, las adicciones toleradas y la drogadicción, todas ellas venden “paraísos” a sus seguidores.

Paraísos artificiales, efímeros e inestables. La apología del éxito a cualquier precio, el hedonismo del consumo. En el caso de los drogadictos, las experiencias  vivenciales. La experiencia con los drogadictos, consumidores de sustancias psicoactivas, muestra que no es por la vía del medicamento psiquiátrico como obtienen el control de la compulsión.  

Las asimetrías, la crítica, las reflexiones, la literatura, la expansión desordenada de la información, el viento de valores religiosos diferentes, han desencadenado movimientos y actitudes de marginación, de desafío, de conductas atípicas. La sociedad pluralista las considera como una relativa forma de escape, como mecanismos de evasión, como "underground" controlable, como opciones de bajo perfil incapaces de desafiar a los ídolos.

Algunas de ellas, desafiantes en principio de la alienación, se convierten en credos adictivos y sus miembros como adictos también en esclavos de la anti-adicción social. Los estudios incipientes sobre el aspecto biológico y las manifestaciones adictivas al nivel cerebral pertenecen aún a la prehistoria de la ciencia.

Cerebros convulsionados. Se conoce, se sabe y se cuantifica el efecto del consumo de sustancias adictivas. Se sabe, por la observación elemental, los niveles de degradación física y mental  a la que llegan adictos avanzados.

Y el maldito contraste, que en algunas personas no produce esas lesiones o se tardan tanto en aparecer que el " adicto"  en consumo piensa y cree que a "Él" no le sucederá.  

El consumo fomentado y rentable del alcohol, una de las drogas sociales dentro del flujo económico legal, llevan a los consumidores de drogas a pedir la legalización de sus sustancias. No les falta razón. La tienen toda. Permitir lo prohibido, todo lo prohibido llevarlo al plano de la legalización igualitaria; ¿somos sociedades pluralistas o no?

Confieso que me inclino por la legalización.  El mundo sórdido del comercio de drogas; la tolerancia legal, la indiferencia social, la permisividad oculta pero real, permiten el submundo del comercio de sustancias. La cadena criminal de la distribución lleva a los consumidores a la cadena de la violación de la legalidad, a la degradación de la condición humana a niveles tales, sin guardar relación apropiada entre con el producto o la satisfacción que produce. Llegan a sumergirse en fondos capaces de aterrar a cualquier persona en sano estado de razón. Un adicto camina por senderos de lodo y pisotea su dignidad y la de los demás sin ninguna otra consideración a la de satisfacer su ansiedad de consumo. 

El alcohólico, también claro está, pasa por los mismos estadios de degradación, pero su sustancia las exhiben y venden al lado de los medicamentos, de los alimentos o en tiendas especializadas de la mejor factura y presentación. Legalizar las drogas no sería nada diferente a crear un departamento más en la variedad de ofertas de consumos legales.  

El tema, para los drogadictos como para los alcohólicos, los adictos en recuperación, es diferente. Aunque sea legal adquirirlas, no pueden comprarlas, no pueden consumirlas, no pueden acercarse a ellas. Así como los diabéticos no pueden ser compradores de la sección de azucares y bocadillos, chocolates y galletas, de gelatinas y  tortas dulces. 

¿Por qué unos consumidores se tornan adictos y otros no? La verdad, no lo sabemos. Pero adictos al alcohol o las sustancias no se diferencian  de otros adictos a comprar, o trepar en la pirámide, son esclavos de sus consumos. En suma, aunque ignoremos la etiología en términos científicos, la realidad palmaria es el mapa de drogadictos en nuestras sociedades. Ahí están y ahí están con sus sufrimientos y con el sufrimiento proporcionado a sus familias y a la sociedad en general. 

DEUDA SOCIAL

 

                

                    El sector educativo tiene una deuda con la sociedad.

 

La tolerancia y la permisividad con el expendio y el consumo de drogas, toca a la puerta de los establecimientos educativos.

 

Permisividad porque sabe y tolera el expendio de sustancias alrededor de las puertas de ingreso a los establecimientos; permisividad con la distribución de sustancias adictivas dentro de los mismos planteles. Tolerancia con el consumo de sus alumnos, docentes y personal administrativo.

  

Ignoro la situación de diferentes países. Pero me refiero al caso de Colombia y en particular a la ciudad de Bogotá.

 

En los patios de los colegios, de muchos colegios, los alumnos fuman marihuana, consumen cocaína, basuco, pepas, e incluso alcohol. Al interior de los planteles alumnos comercian sustancias. Y no son pocos los casos en los que personal administrativo y docente participa como los mismos estudiantes. En las zonas aledañas es sabido que se expenden sustancias en los puestos de dulces y cigarrillos. No se necesita señalar lo que las autoridades educativas saben por el testimonio de sus alumnos. Y de no saberlo, sería fácil identificar esos puntos y personas distribuidoras con preguntar, indagar y plantear el tema en los salones de clase, de manera oral o por escrito a los estudiantes. Son secretos a voces.

 

En el caso de las Universidades el espectáculo está a la vista en Bogotá. Todos los días, pero los viernes y sábados en particular, a los alrededores de las universidades son evidentes los grupos de estudiantes consumiendo licores y desde luego el ambiente propicio para la distribución y consumo de sustancias adictivas adicionales.

 

Saben los profesores que sus alumnos ingresan a las aulas bajo efectos de alcohol y sustancias. Lo saben las autoridades académicas y lo atestiguan los mismos estudiantes. En las Universidades privadas y en las públicas, no se distinguen unas de otras.

 

Algunas universidades han planteado el tema como preocupante y se refieren a fenómenos anexos: tendencia al suicidio, crisis depresivas, deserción a causa de intoxicaciones asociadas con consumo de alcohol y otras sustancias adictivas.

 

En una clínica psiquiatrita de Bogotá, en el mes de enero,  de una población de veinte estudiantes internos, 4 provenían de un mismo colegio, por adicción o depresión. A los cuatro anteriores se sumaban 3, para un total de siete internos provenientes de colegios bilingües. Y de los veinte internos, 15 estudiantes de bachillerato y del nivel universitario. Esta pequeña muestra, significativa aunque sea focal, debe prender las alarmas. Alarmas rojas.

 

El sector educativo no puede descargar la responsabilidad sobre el asunto en los padres de familia, en los mismos alumnos o en las esferas de la salud pública. El sistema educativo es corresponsable con la tolerancia al consumo. No conozco una sola entidad de educación superior que tenga en su reglamento una sanción efectiva para la distribución o el consumo de sustancias adictivas.

               ¿Alguna de las entidades de educación superior realizan labores de divulgación y prevención de consumo?  

¿En los reglamentos estudiantes está previsto el tema y las consecuencias que la entidad aplica a quien consume? O, ¿Será una propuesta que lesiona la autonomía de las personas?

 

¿Los contratos con administradores y docentes tienen previsto sanciones para los consumidores de sustancias adictivas? ¿Puede considerarse que es indiferente para la entidad el consumo de sustancias por parte de su personal.

 

Desde luego el manejo del tema no es solamente represivo. Es un todo articulado que corresponde a muchas instituciones de la vida social. Nos referimos a una de ellas, a una institución clave.

 

Un estudiante de una universidad privada de primera línea me afirmó hace poco que la pregunta no era si en su facultad había consumidores de drogas. La pregunta correcta era: ¿Acaso quien no consume en mi facultad? Podrá ser exagerada la expresión, pero refleja un sentimiento ambiental de aplauso y tolerancia al consumo de drogas como algo que hace parte de nuestro día a día.

 

Tiene el sector educativo, y el universitario en particular, alguna responsabilidad en el avance generalizado del consumo. En nuestra sociedad hay experiencias suficientes de los efectos y consecuencias con la tolerancia con procesos erráticos de conductas sociales.

 

Y una pregunta, ¿Tiene la Universidad, la comunidad universitaria alguna responsabilidad social y ética con el consumo? 

Me temo que la Universidad tiene una deuda social muy seria. Las deudas son para pagar o empezar a pagarlas.

LIBRE DESARROLLO DE LA PERSONALIDAD

Nuestra Carta Magna ha consagrado el tema del libre desarrollo de la personalidad. Un magistrado de la Corte Constitucional hizo de la etiqueta un dogma; hoy es un dirigente de la progresista izquierda nacional, candidato a la presidencia y reputado adalid bondadoso de los derechos fundamentales. Y el concepto ha cundido.

 

Cada cual tiene derecho a consumir drogas, es nuestro tema, porque es su opción personal y nadie puede limitarla.

 

Y en el papel el tema suena atractivo como progreso de las libertades individuales, el avance de una sociedad cerrada a una sociedad abierta y pluralista.

 

Pero cuando nos enfrentamos a un adicto, cuando vivimos de cerca el viaje al infierno de un adicto, no podemos menos que preguntarnos, y ¿en qué consiste el libre desarrollo de la personalidad?

 

En primer lugar el adicto sufre. Ante todo es un sufridor total que se ahoga en el paraíso artificial de la droga. Ese es su problema. Y si sólo fuera su problema quizás podríamos ser respetuosos e indiferentes.

 

Pero en segundo lugar, la familia próxima sufre las primeras consecuencias del adicto. La primera, cuando deja de ser funcional. La segunda, cuando el adicto comienza el viaje al infierno, a la locura de adicto sumido en su tortuoso mundo de agonía progresiva. En ese suicidio progresivo que invade al adicto y compromete a su entorno

 

En tercer lugar, el entorno se deteriora y afecta a las gentes próximas. Bien porque sufren. Bien porque son victimas de los desmanes a los que se ve obligado el adicto para consumir.

 

En cuarto lugar, la sociedad comienza a ser amenazada por el adicto: robo, delincuencia, promiscuidad, anomia. Luego la sociedad deberá invertir en la costosísima labor de recuperar o al menos frenar a los adictos.

 

Tenemos una legislación que dosifica la llamada dosis personal. Aceptable. Tolerada. Derivación práctica del ejercicio de la inalienable teoría del libre desarrollo de la personalidad.

  

Afirman los adictos: si se tolera y se fomenta el consumo de licor, ¿a cuenta de qué puede limitar el consumo de sustancias alucinógenas? Y llevado al extremo hay que concederles razón.

 

Respondo diciendo: Favorecer, tolerar, permitir y sacar provecho del alcohol por parte del Estado y con la bendición social, es tan perverso como legalizar la dosis personal de sustancias adictivas.

 

¿Puede el Estado invadir la esfera privada para evitar el consumo de drogas?

 

Quizás el consumo es la última etapa del eslabón. Lo que no puede permitir, ni tolerar el Estado es la plantación, procesamiento y distribución descarada de sustancias adictivas en las calles, a la puerta de los colegios y las universidades.

 

Las miles, ¿casi millones?, de familias que soportan en silencio el calvario y el drama de un adicto, ¿leerán con satisfacción el avance constitucional referente al libre desarrollo de la personalidad aplicado al consumo de alcohol y otras sustancias adictivas?

  

Me pregunto si los Magistrados de las Altas Cortes, tan apegados a la letra y el espíritu de la Constitución del Estado Social de Derecho, ¿suscribirán sin reservas la teoría del libre desarrollo de la personalidad, cuando viven en sus hogares la adicción de sus padres, parejas, hijos o de sus parientes próximos?